Un ejemplar ejercicio de una “democracia plena” en las pasadas elecciones nacionales de este 6 de febrero, nos mantiene vigentes en la escena internacional, según lo describe un informe de The Economist Intelligence Unit (EIU) para la BBC en Londres. Nos señala, junto con la hermana República de Uruguay, como una de las dos democracias más plenas en Latinoamérica, hecho que nos debe honrar aún más el ser costarricenses.
Este informe clasifica a 165 estados independientes y dos territorios en cuatro categorías a saber: “democracias plenas”, “democracias imperfectas”, “modelos híbridos y los temidos “regímenes autoritarios”.
Además, este ejercicio de EIU postula una escala de 0 a 10 para clasificar a los estado libres y democráticos del total de estados independientes y territorios.
Los investigadores llegaron al resultado arriba indicado, no solo por el visible ejercicio electoral de acceso las urnas que testificamos y que la mayoría participamos pacíficamente, sino también porque agrega factores tales como pluralidad, libertad civil, funcionalidad del gobierno, participación política, cultura política y, no menos preponderante, la naturaleza del proceso electoral propiamente dicho.
Ahora, no es nada despreciable la cantidad de temas de muy acuciante necesidad y las propuestas que enriquecen el inventario de opciones que buscan una solución sostenible, las que componen hoy la agenda nacional de nuestro próximo presidente.
La educación, planteo desde ya, será uno de los más sensibles, importantes e impactantes temas que deben colarse en el escritorio del inquilino a quien confiaremos el escritorio en Zapote por los próximos cuatro años.
Refresco de manera potable una mediática estadística, que, de paso, deberíamos proponernos homologar, me refiero al conocido informe convencional PISA (Programa de Evaluación de Estudiantes Internacionales, por sus siglas en inglés), escala de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) bajo la cual deberíamos alinear nuestras expectativas y significancia pedagógica y práctica. En el más reciente de estos informes, China reemplazó a Singapur con los mejores índices de educación en el mundo entero.
Cabe destacar que el promedio de los países miembros de este prestigioso club de países desarrollados o en vías de desarrollo es de 480 puntos de 600 puntos máximos posibles.
Considero admirable reconocerle a China, epicentro de la más reciente hecatombe en salud pública, que lidere el índice con 555 puntos en lectura, 591 puntos en matemática y 590 puntos en ciencias. Dejemos de lado todo juicio de valor, emocional, cognitivo, técnico, científico, racial o bien pedagógico y saque usted, sus propias y contundentes conclusiones sobre este resultado y su actor solitario a la cabeza.
Chile lidera nuestra vecindad en el puesto 43 de 65 que componen este club de países. Costa Rica se ubica en la posición 49 de la tabla y es el tercero en Latinoamérica. La conclusión de un análisis somero me permite expresar que ubicarnos en el 25 % de un 100 % posible en un ranking de esta naturaleza, no es congruente con la inversión tan alta en educación de nuestro producto interno bruto (más de 7 puntos porcentuales del PIB), la desmilitarización e índices anteriores en educación que nos ubicaban en más decorosas posiciones en un área temática en la cual Costa Rica merece y necesita ser, no necesariamente dominante, pero sí un elocuente influencer entre sus pares geográficos.
La doctora Raquel Bernal, rectora de la Universidad de los Andes en Colombia, —quinto mejor centro de estudios superiores en Latinoamérica— destaca en una reciente entrevista para el periódico El Tiempo de Colombia, que una variable, dentro de las muchas que revela y confirma esta pandemia, desde la neurociencia, es la necesidad de un aprendizaje activo, “donde el estudiante aprende más cuando hace y menos cuando alguien le está contando cómo se suma y cómo se resta”.
Debemos partir de un paradigma que vino a establecer la pandemia, el cual señala que las nuevas generaciones —e incluso las existentes—, se han visto tentadas y atraídas a reconvertirse en “nativos digitales” poco a poco. Biológicamente se produjo un acomodo o relajamiento en la tecnología y, por encima de la crítica y disrupción, debemos entender esto como una oportunidad pedagógica y cognitiva.
Un importante denominador que se ha venido omitiendo de los programas de formación profesional convencionales de la educación diversificada y superior es el objetivo que persiguen las nuevas generaciones de estudiantes. Esta nueva serie de estudiantes acceden a formación técnica o profesional, sedientos de generar un visible impacto entre sus partidarios.
Adicionalmente, la formación profesional se ha venido posicionando como un estado perpetuo del ser humano, y la pandemia produjo, una tácita necesidad de recalificarse en sus quehaceres y superar sus necesidades básicas de ocupación, es necesario dosificar apropiadamente estas carencias para que se equiparen los conocimientos y estandaricen los índices en cuanto al conocimiento y manejo de instrumentos base para nuevos aprendizajes.
El nuevo modelo de enseñanza propuesto en nuestra institución, en un crítico abordaje de la crisis en el segmento educación pospandemia, es reflejo de un “aprendizaje activo”, flexible, inclusivo y diverso en sus mecanismos de difusión, aplicación y evaluación. La presencialidad difícilmente será reemplazada por alguno de estos innovadores sistemas de enseñanza virtual que atenuaron y, temporalmente, resolvieron generar continuidad en la educación. Transversalizar el manejo del idioma inglés se vuelve una condición coherente hacia una sana competitividad. La virtualización (tecnología) debe atenderse como una oportunidad complementaria hacia una moderación y enseñanza más exhaustiva, pertinente, precisa y asertiva que requieren hoy todos las y los estudiantes, para así una íntegra formación humana que dignifique al profesional en su puesto de trabajo o emprendimiento.