No es exagerado afirmar que el establecimiento de Intel en el país, en las postrimerías del siglo pasado, marcó el inicio de una nueva era económica para Costa Rica. Antes de su llegada, las exportaciones nacionales consisitían, además del turismo y los productos tradicionales (café, banano, azúcar y carne), de otros productos agrícolas, maquila textil y algunos bienes de manufactura liviana. En aquel entonces, desde el Ministerio de Comercio Exterior y Cinde, se hacían esfuerzos extraordinarios para transformar la estructura productiva del país y alcanzar una “integración inteligente” con el mundo.
Con una inversión inicial de $300 millones y la contratación de 2.000 empleados, el fabricante de microcomponentes más importante del mundo supo aprovechar nuestra abundancia de agua, una fuerza de trabajo relativamente capacitada, costos de producción razonables y un régimen de incentivos competitivo a nivel internacional, para realizar aquí la prueba y ensamblaje de procesadores que llevaría a todos los rincones del planeta.
Con el gigante de la industria informática vinieron luego inversiones adicionales en el sector tecnológico y afines y, junto con el cluster de dispositivos médicos y la explosión en la exportación de servicios, inició una nueva era que dio origen a más retos y oportunidades de las que el país sacó ventaja para integrarse cada vez más en las cadenas globales de valor.
Respondiendo a decisiones estratégicas, la compañía decidió, en el 2014 y muy a nuestro pesar, mover la mayor parte de su producción a Asia y concentrar sus actividades locales en servicios corporativos, un centro de investigación y un laboratorio de validación. Seis años después, sin embargo, obedeciendo a la profunda transformación digital de los últimos años y ante un aumento extraordinario de la demanda no satisfecha de chips, Intel vuelve a poner sus ojos en Belén de Heredia, ahora enfocándose en la producción de procesadores y componentes para servidores, en el cada vez más relevante mercado del “big data” y la inteligencia artificial. Esta nueva oportunidad en la llamada Revolución 4.0 nos deja importantes lecciones.
La primera es que debemos reconocer la facilidad con que se mueve la inversión de un lugar a otro y que, por ello, es indispensable estar siempre atentos a sus preocupaciones y necesidades, no solo para desarrollar la capacidad de atraer nuevas compañías y proyectos, sino también para retener a las que ya estén aquí. Ese entendimiento debe, además, dar paso a la acción. La acumulación de problemas de vieja data que se quedan sin resolver, como el excesivo costo de la electricidad, la carencia de profesionales en las áreas STEM (de ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas por siglas en inglés), una conectividad mediocre, o una infraestructura cada vez más deficiente, podrían llegar a constituirse en barreras insalvables que harían cada vez más difícil la atracción de la inversión extranjera y, en general, el emprendurismo. Reaccionemos a tiempo porque la procastinación nos puede salir muy caro.
En segundo término, hay que saber que mantener un ambiente propicio para la inversión —porque se le es bienvenida y porque se le brinda el trato justo y la seguridad jurídica que se requiere—, a pesar de los vaivenes del mercado, siempre da réditos en el mediano y largo plazo. Que Costa Rica sea un puerto seguro y reconocido para una compañía de la talla de Intel, al punto de no dudar en relanzar su manufactura desde aquí, habla de la buena experiencia que aquella ha tenido localmente y la confianza que deposita en el país y su gente. Está en nosotros renovar y consolidar esa confianza.
Adicionalmente, los constantes y a veces vertiginosos cambios que vive el mundo, nos obligan también a dar un riguroso seguimiento a los acontecimientos externos y a desarrollar una apropiada capacidad de reacción que nos permita identificar de inmediato las oportunidades, ofrecer rápidamente una propuesta de valor y concretar de manera adecuada esas nuevas iniciativas. La guerra comercial de EE.UU con China, las reformas al régimen impositivo estadounidense, la pandemia de la Covid-19 y el “near-shoring”, son claros ejemplos de factores que del todo no controlamos, pero que inciden en los flujos de inversión a nivel global y afectan, para bien o para mal, nuestras posibilidades de éxito. Debemos entonces enfocarnos en modificar los factores que sí están en nuestras manos.
Finalmente, más que oir de nuevo las cansinas voces que llaman a eliminar los beneficios que el régimen de zonas francas otorga a las empresas que decidan invertir en los sectores que el gobierno considera estrátegicos para la política comercial del país, es tiempo de dedicar esos esfuerzos para revisarnos críticamente, poner manos a la obra en corregir los aspectos que nos afectan negativamente en esa competencia, y mejorar los incentivos que se otorgan para hacerlos más efectivos en la difícil tarea de conquistar a la muy cotizada inversión extranjera. Es hora de acción para lo que viene, no de complacencia con lo que ya tenemos o, peor aún, de creer que lo andado hasta ahora ha sido obra de la casualidad.